Inventando cuentos

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La primera manifestación de la literatura siempre ha sido oral; no sólo en la Historia, sino también en nuestras casas, en la actualidad. Los niños no leen, sino que oyen. Oyen (escuchan) lo que les leemos nosotros.

Y nosotros inventamos.

Mi hijo mayor, Rafa, es mal dormilón, así que la lectura a la hora de acostarnos ha sido siempre muy, muy larga. Y para no excitarle mucho, después de leerle varios cuentos, es costumbre apagar la luz y contarle en la oscuridad de los “míos”, los que se me van ocurriendo en ese momento.

Y eso precisamente es lo que puede hacer un niño: inventar, crear, relatar una historia.

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Compré en Tiger unos “Dados del Narrador” (5€). Son 6 dados con sus 6 caras; en cada una de ellas aparece un dibujito: escalera, plátano, autobús, huellas, coche, caravana, pájaro, onomatopeya de golpe, cara sonriente, gafas, cara enfadada, árbol, nube con lluvia, gato…

Tiramos los dados y nos salen, entonces, 6 dibujitos. Para empezar, que sea el adulto el que invente la historia, pero ayudándole el niño, por ejemplo que decida quiénes son los protagonistas y el orden en el que quiere que pasen las cosas (mi hijo es muy maniático y me exige un orden determinado, lo que me hace trabajar más el coco).

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Así, por ejemplo, me salen los dibujos globo aerostático, refresco, bicicleta, pelota, sombrero y carta. El niño decide ese orden (o incluso decide él mismo los dibujos que quiere que salgan), y también decide quiénes son los protagonistas de esa historia (él y su mejor amigo; papá y mamá; el abuelo…). El adulto inventa.

Después de la primera historia, vamos introduciendo al niño. Así: “Rafa iba en globo aerostático cuando… ¿qué digo, cariño, que tomó un refresco? ¿O prefieres que se le caiga el refresco encima?”. Así, el niño empieza a elegir opciones, a ser partícipe activo del cuento.

Lo siguiente, entonces, después de varios ejemplos de estos, es que el niño cuente la historia, solito. Le saldará natural. Podemos tirar los dados o que sea el niño el que decida qué elementos quiere que salgan en él (da igual).

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Es increíble cómo se llegan a soltar. Realmente la imaginación es un músculo, con entrenamiento las mejoras son increíbles.

(Una opción, si no tenemos estos dados, es hacer nosotros muchos dibujitos de estos, en pequeñito, y tenerlos en tarjetitas. Ponemos las tarjetas al revés y damos la vuelta a 6. Creamos la historia a partir de los dibujos que salgan en esas 6 tarjetas).

Una vez el niño haya creado varias historias, podemos elegir la que más nos haya gustado (o la que tenga más coherencia) e “ilustrarla”. Es decir, el adulto la escribe, la simplifica con palabras, y el niño dibuja al lado lo que ha querido decir.

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Este último juego es ideal cuando son varios niños. Entre varios han podido crear un cuento (cada uno contado una parte) y después, para relajar (esto les excita mucho) dibujan.

Además, la sensación de creación, de “obra cerrada”, es mayor con esta opción. Y les queda algo perdurable.

Como veis, este juego es ideal para matar ratos pequeñitos, para llevar al parque, para ir de viaje… y para ocupar tardes enteras. Para un niño solo o para varios.

Creativo, cooperativo, fomenta la lectura… ¿qué más se puede pedir?

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